—Me gusta tu olor.
Me lo dijo una vez.
—¿Ah, sí?... ¿A qué huelo?
—No sé. Hueles a ti.
—¿Sí? Sabor a mí. Nunca lo había pensado. No sé a qué hueles tú... ¿hueles?
Encogió los hombros.
Hasta que una vez, en un abrazo vacío, lo descubrí.
—No hueles a ti —le dije.
—¿A qué?
—No sé. A ti. Sabor a ti.
—¿Pero cómo a qué?
—Mmm... no lo sé.
—Piensa.
—Hueles como... a mentira... a puta.
Sí. Sabor a ti. A puto y mentiroso.
Y así,
entre su perfume barato
y culpa cara,
se nos acabó el amor
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