Guardo tantos recuerdos de él...
Creo que pudo ser el abuelo de mis sueños.
En la familia Rizo los cariños no fluyen con facilidad: no
hay abrazos espontáneos, ni caricias, ni "te quiero" dichos en voz
alta. Somos secos. Rey-mond no rompió del todo con ese esquema, pero nos quiso
a su manera.
Era aventurero y libre, y de eso nos contagió un poco a mi
hermana y a mí. Me encantaba escucharlo contar sus historias con aquellas
carcajadas sonoras que llenaban el cuarto. Nos llevó a acampar incontables
veces, bajo estrellas que ahora le hacen compañía. Era un anecdotario viviente,
siempre con una nueva travesía que compartir entre risas. Sus historias
quedaron inmortalizadas en ese mini libro que nos alcanzó a compartir, un
tesoro donde su esencia permanece intacta.
Viajó todo lo que pudo, fiel a su espíritu Katapú. El
Parkinson fue cruel en sus últimos años, robándole la independencia que tanto
amaba. Pero ni eso pudo con su esencia: mi tía cuenta que una noche se escapó a
la playa, como un último acto de rebeldía. ¿Cómo lo logró? Misterio. Pero así
era él, viviendo su libertad hasta el final.
La última caminata fue una metáfora de su vida. Mi papá y él
se quedaron atrás, rezagados en una brecha por la que tuvimos que entrar en
reversa. Los encontramos corriendo en cámara lenta por el llano, como dos almas
perseguidas por el tiempo. Fue un rescate épico, el último, y ahora lo recuerdo
como un adiós en clave de fábula.
Pienso que debió sentirse como pájaro enjaulado. Y antier,
al fin, sus alas lo llevaron lejos de esa prisión. Por eso, aunque nos duele,
hay paz en saber que voló.