Pocaspulgas

  • 11/20/2025 11:11:00 a. m.
  • By Wen Rizo ❤️
  • 0 Comments

En una de esas caminatas anuales que mi familia organiza, mi yo de secundaria conoció a un chavillo. Un flechazo, supongo. De esos que empiezan con mariposas y terminan pareciéndose más a avispones. Si hoy siguiera siendo mi amigo, podría recitarme la fecha exacta, la hora y hasta el color de mi blusa. Esa precisión suya —casi obsesiva— ya me inquietaba desde entonces.

Nuestra amistad, o lo que fuera aquello, nació de una mentira. Se inventó un nombre porque el suyo no le gustaba. Y esa primera falsedad fue apenas la punta del iceberg de una larga lista de desilusiones que, afortunadamente, llegaron temprano.

Hace poco, la memoria nos arrastró de regreso a nuestra “primera cita” en el cine. Él, fiel a su costumbre, recordaba todo:
—Ibas a ir con tus amigas —me dijo—. Te pregunté si podía acompañarte y dijiste que sí. Llegué tarde porque ese día me mandaron a Ocotlán. Cuando llegué, ya habías comprado los boletos. Yo nunca había ido al cine… ni sabía cómo funcionaba eso de las palomitas.
Vimos Seven. 

Él soltó una carcajada al final.
Yo otra: la escena no existe en mi memoria.

—Ah, muy romántica película para una primera cita con amigas —le dije.

Después de esa salida al cine, desapareció de mi vida. O yo desaparecí de la suya. O ambas.

Mi cerebro funciona de maneras extrañas. Supongo que son traumas que me toca seguir trabajando. Toda mi vida me costó conectar con la gente, especialmente con quienes mostraban interés romántico. Mis relaciones se convertían en un juego absurdo de gato y ratón, donde yo era la ratona que huía hasta que el gato se cansara. Aunque alguien me gustara, en cuanto intuía que algo podía avanzar, me evaporaba. Y entonces, sólo entonces, sentía una especie de paz incómoda.

Con él fue igual. Después de negarme a salir otra vez, y de pedirle que por favor dejara de llamarme (y ni pensarlo en visitarme), mi comportamiento se volvió brusco. Le colgaba, no contestaba. Era una mezcla de hastío y de sentirme perseguida. Peor cuando mi mamá insistía en que tomara sus llamadas.

Cuando él bajaba la intensidad, yo podía volver a ser su “amiga”. Pero si cruzaba esa línea invisible que sólo yo entendía, ¡zas!, se activaba la huida automática.

¿Ya dije que la vida es cabrona? Lo es.
Años después, cuando ya tenía novio, él se enteró de mi “amigo esporádico”.
—¿Te sigue buscando? —me preguntó.
—Sí, hablamos de vez en cuando —respondí con genuina indiferencia.
—¿Ya te dijo que se casó?
Dudé.

—No, no lo creo. ¡Me lo habría contado! Lo estás confundiendo.
—Pregúntale —insistió—. Lo conozco muy bien.

Y ahí comenzó la telenovela.

La siguiente vez que hablé con él, le pregunté directo:
—¿Te casaste?
—Sí —respondió—. Me da vergüenza no habértelo dicho.

La historia se tornó más retorcida cuando pregunté cómo conocía a mi novio. Resulta que mi novio había tenido una ex —que fue mi mejor amiga en secundaria— que compartía salón de prepa con él y con la mujer que terminó siendo su esposa.
Vida cabrona. Laberintos innecesarios.

Para rematar, me confesó que tuvo un problema serio con su esposa porque quiso ponerle a su hija mi nombre (retorcido hdp). Y que mi ex-mejor amiga le contó a su esposa quién era yo y cuánto estuvo enamorado de mí.

—Mira —le dije—, qué historia. Cómo me traen en chinga y yo ni los fumo.
Nos reímos. Risa de absurdo.

Tiempo después, un amigo en común me contó:
—¿Supiste que se divorció? “Por puto”, dijeron.
No pregunté más. Nunca le pregunto nada; apenas respondo saludos.

Hasta que un día comentó una Story mía con música hard metal. No recuerdo sus palabras exactas, sólo que yo respondí:
—No me digas que vuelves loca a tu esposa con esa música a todo volumen.

“A esa música le debo la vida”, me dijo.
Se divorció. Tocó fondo. Acabó en psiquiatra, medicado, sin ganas de seguir viviendo.
Pero también me contó que ya estaba mejor y que había ido a ver a su banda favorita en CDMX. Me alegré genuinamente.

Desde entonces, comentarios esporádicos: “qué bonita”, “cómo me encantas”, etc. Ya no sentía la angustia del acoso de antaño, pero sí una incomodidad persistente. Ignoraba mensajes. No los abría. Él insistía. Y un día me invitó a salir.

Entonces le dije:
—Gracias por tus palabras. Estoy redefiniendo mi vida. Tengo el corazón hecho mieLda. No quiero salir con nadie, espero lo entiendas.

Y él, en plan iluminado, contestó:
—Tan lo entiendo, que yo mismo lo viví. No te estoy cortejando. Pero si quieres un café, una michelada, el cine… aquí estoy. Puedes llamarme a cualquier hora. Y por ver no se cobra. Sabes que me encantas; toda la vida he estado enamorado de ti. Cada que veo una foto tuya, recuerdo por qué. Son palabras amables y siempre te las diré.

Fue el colmo del hastío.

Le respondí, con una calma armada:
—Eres amable, pero lo que tú sientes como palabras positivas, representan una especie de acoso cuando no son solicitadas y mucho menos bienvenidas. Ya te dije que no me siento cómoda. Ojalá los sentimientos pudieran alinearse. Tú aquí, ofreciendo algo que no quiero; yo llorando por otro; el otro... Y nosotros dos pagando karmas que no nos corresponden.

Él alcanzó a disculparse.
Yo lo bloqueé de todo. Respiré. Profundo.

Después pensé: ¿serán hormonas?, ¿ando de malas?, ¿o de verdad estoy limpiando mi camino? Medito. Lloro. Subo y bajo. Hay días en que algo me recuerda lo que sentí… y nunca fue. Ojalá tuviera la determinación de Mi Amigo Imaginario para decir: basta. Y largarme.

En un arranque de “necesito sanar”, lo eliminé de Facebook (después de ver que cumplíamos quince años de amistad, aunque en realidad son como 25), también de Instagram. En WhatsApp lo bloqueé. Pero una vez, mi axila "pillina" lo desbloqueó por accidente e hizo una conferencia grupal. Vergüenza universal.

Y aquí estoy: pagando el karma de rechazar a alguien a quien no correspondí.

Ya entre la vergüenza y la dignidad arrastrada, no volví a bloquearlo en Whats. Hasta le envié mensajes que a veces ni abre, y otros que responde por pura cortesía, imagino. Qué asco convertirme ahora en la “amiga incómoda”. La que él no quiere. Me da náuseas.

No quiero estar aquí.
Pero aún no tengo el valor de bloquearlo y borrar su contacto de una vez por todas.
Sólo espero que pase.

Supongo que un día recordaré esta historia y veré que fue una fantasía absurda.

Qué vida.
Tal vez Dorian tenga razón: hay gente pasándola peor.
Y yo aquí, lidiando con nimiedades emocionales.



Bendita vida.

También te puede interesar

0 Comments