Estoy leyendo. Leyendo como loca: tres mil páginas en dos días. La segunda vuelta me tiene atrapada, descubriendo detalles que antes pasé por alto, forzando los ojos y el cerebro hasta el límite. Tres mil hojas acumuladas y ya siento los pasos de la migraña en la azotea de mi cabezota. Hoy toca parar.
El libro es un churrazo de estilo rebuscado —un Crepúsculo retorcido—, con referencias culturales que a veces suenan forzadas. Pero en su contradicción, hay escenas que me construyen... y, ja, hasta me instruye.
Mi novio, testigo de este éxtasis lector, se llevó a Lolo para regalarme horas de libertad. Y lo amé por eso.
Cada página desentierra historias que quiero contar (aunque no cabrían en una sola). Hoy, una mención a Sarah McLachlan me golpeó con un recuerdo de terror... y también de lo liberada que ahora me siento de esa historia.
Años después, durante una limpieza, el disco resurgió.
—¿Éste no es mío?— preguntó él.
— No. No es tuyo— respondí, con el veneno del pasado nublándome.
Creo que se quedó confundido y no dijo nada. Entonces, me liberé: lo tiré a la basura.
Hoy, entre líneas, descubro que ya no duele. Ni siquiera recuerdo el título... pero quizá hasta podría escucharla de nuevo.
La misma canción, sin embargo, guarda un gran recuerdo agradable y pícaro:
Una habitación de hotel, hablando toda la noche con Pepe. Otra historia.
Hora de apagar esta cabezota que punza.
:)
La misma canción, sin embargo, guarda un gran recuerdo agradable y pícaro:
Una habitación de hotel, hablando toda la noche con Pepe. Otra historia.
Hora de apagar esta cabezota que punza.
:)
0 Comments