Este drama está por terminar, espero.
Por fin pude contarle mi patoaventura a mi gurú de cabecera: el experto en amores, desamores y corazones estrellados. La verdad es que quise hacerlo desde el minuto uno, cuando todo era lila y brillaba bonito. Pero me dio miedo. Miedo a que me juzgara. A que no entendiera. A que, en el fondo, me escupiera la verdad directo en la carota.
Ya una vez me lo había advertido, cuando le conté —hace como diez años— que me había vuelto a enamorar. “Es guapísimo, divertido, dulce…” le dije.
Y él, me lo advirtió: No, Guen. Ten cuidado. Los galanes de telenovela no existen.
Tenía razón. Era solo un poeta encantador.
Confesé:
—Quiero contarte una triste historia.
—Venga, —me dijo—. Ahora lo que más necesito es que me den un bajón de ánimo.
—Yo más bien creo que te vas a reír.
Y, como lo esperaba, lo vio claro como el agua:
Punto uno:
Las relaciones que duran no se construyen con sueños e ilusiones, sino con realidades palpables.
Como dicen en el barrio: de lengua, me como diez.
Punto dos:
Nunca confundas una amistad llena de risas, mensajes, llamadas y mil gramos de imaginación con un compromiso real.
Punto tres:
Fue lo mejor que te pudo pasar.
Punto cuatro:
Ya no hay punto cuatro.
Sólo sueña. Pero no sueñes pendejadas con gente que no está a la altura de tu corazón.
Así de simple. Yo, en drama, volví a llorar y llorar. Gracias a Dios estaba en el vestidor, después de nadar. Salir con los ojos rojos, puede disfrazarse fácil con la combinación de cloro y shampoo.
Es la última vez que lloro, le dije. Este drama, termina aquí.
Me siento tan ligera ahora.
Los ojos, hinchados, pero ligerita ligerita.
<3
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