Aún no sé cómo contar esta historia sin que duela. Quizá el dolor sea precisamente el punto.
Todo comenzó con un recuadro en Facebook. Ahí estaba él, patinando de espaldas. Y en ese instante, algo en mí se despertó: no era él, era el recuerdo de quién fui.
Llevaba años olvidando esa chispa. La que sentía cuando mis pies dibujaban círculos audaces y el aire olía a libertad. Él solo fue el espejo donde me vi por primera vez en mucho tiempo.
Esa imagen nos llevó a mensajear por unas semanas. Construimos un universo paralelo. Fue hermoso. Fue brutal. Pero ahora entiendo: no era amor, era nostalgia. Nostalgia de esos dos jóvenes tímidos del call center, de las llamadas eternas vespertinas, las canciones con la guitarra que lo acompañaba y los sentimientos no dichos. Nostalgia de una versión de mí que creí perdida.
Y luego… el silencio.
Su desaparición me enseñó lo que realmente importa:
- Que merezco palabras que no se esfumen.
- Que el cariño verdadero no huye cuando las olas crecen.
- Que soy capaz de encender mi propio fuego (ya no necesito fósforos ajenos).
No escribo esto para él. Lo escribo para la mujer que sobrevivió a esa ola que me golpeó y me aturdió. Para la que sigue de pie, aunque las grietas le duelan. Para la que un día mirará atrás y reirá, agradecida de que este amor incompleto la llevara a encontrar uno completo y poderoso: mi amor propio.
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Gabrielo, en otra vida quizá. En ésta, elijo la mía. |
En otra vida, quizá. Pero en esta… elijo la mía.